Los ladrones de fincas y cazadores furtivos son las principales amenazas de estos vigilantes que son medio centenar en la provincia
Conocen el campo como la palma de su mano y son desde finales del siglo XIX los únicos históricamente avalados para proteger de robos, cazadores furtivos y daños en las cosechas al medio rural. Durante más de un siglo han sido el apoyo indispensable de la Guardia Civil, creada en 1874 sólo tres años antes que los guardas particulares de campo, en esta labor de vigilancia en la que se enfrentan cada día a situaciones que ponen en riesgo su vida, pero que asumen con valentía y profesionalidad. En la provincia de Málaga hay alrededor de medio centenar de vigilantes rurales que son requeridos para controlar vías férreas, parques eólicos, fincas, cotos de caza, romerías o cualquier evento que tenga lugar en el medio rural.
Es una figura poco conocida para los que no están demasiado familiarizados con el medio rural. Pero quizás les suene más si supieran que es el equivalente al vigilante de seguridad que merodea el interior de un centro comercial o una estación de tren en un núcleo urbano. Ambos están regulados por el Ministerio del Interior y tienen autorización para portar armas de fuego y realizar incluso, en caso de que fuese necesario, una detención.
Sin embargo, en la práctica las condiciones en las que estos guardas tienen que desempeñar su trabajo a diario no son tan idílicas. Hacer frente a los cazadores furtivos que se adentran en los cotos sin ningún pudor y a los grupos de ladrones que de forma tan organizada actúan en las fincas rurales para apropiarse de todo lo que se encuentran a su paso les ha dado un susto a más de uno.
Insultos, amenazas de muerte e incluso agresiones son demasiado habituales últimamente entre los que se dedican a esta profesión. Con el aumento de los robos que se están produciendo en el campo en los últimos años, dicen estar vendidos. A Francisco Delgado, un guarda particular de campo que a sus 58 años lleva 40 en la profesión, su trabajo estuvo a punto de costarle la vida. Fue hace unos años cuando un grupo de rumanos que entró a robar aceitunas en la finca que vigilaba fueron sorprendidos in fraganti por este guarda que sin dudarlo decidió perseguirlos con su coche cuando trataban de huir en un vehículo sin darse cuenta de que otros compinches lo seguían a él. “De repente me embistieron por detrás y me estrellé contra un árbol. Me dejaron inconsciente con una fractura de cráneo hasta que alguien me encontró y sobreviví de milagro”, contó con la resignación de ser consciente del peligro que corre pero con la seguridad de saber que no dejará un trabajo del que vive desde que tenía apenas 18 años.
También a Alberto González, que heredó su pasión por el medio rural de su padre que fue guarda particular de campo hasta no hace mucho, la vida le dio una segunda oportunidad después de un grave encontronazo que tuvo con un cazador al que pilló cazando en el coto que vigilaba conejos con hurones, una práctica muy habitual para capturarlos vivos y venderlos a otros cotos de caza que utilizan para repoblar. “Cuando fui a identificarlo me tiró una piedra en la cabeza que me llevó a estar en el hospital ingresado varios días por la lesión que me provocó”, explicó. Lo más frustrante para estos vigilantes del campo es saber que por más que pillen in fraganti a uno de ellos cometiendo alguna infracción “nunca les pasa nada porque al día siguiente están en la calle otra vez”, criticó Rafael Tejero, delegado de la Federación Española de Entidades de Guarderío (Fedguar) en Málaga, que demandó mayor apoyó de la Guardia Civil cuando se enfrentan a uno de estos casos en el campo y que a los que por falta de personal en los pueblos en raras ocasiones suelen acudir para socorrerles.
Si les da tiempo a anotar la matrícula del vehículo en el que huyen los ladrones o cazadores furtivos la mayoría de las veces están falseadas y es imposible identificar a los autores después, si les plantan cara corren peligro de ser agredidos y si logran denunciarlos en pocas ocasiones esas multas terminan traduciéndose en una sanción económica. Muchos de los que son denunciados no reaccionan de forma violenta en el momento, pero actúan posteriormente en venganza contra el guarda de campo en cuestión para tratar de que sea despedido del coto o la finca en la que trabajan. Por ejemplo, Manuel Zambrano, otro vigilante del medio rural que lleva más de dos décadas en la profesión, ha sufrido en varias ocasiones un acto vengativo de estas características. Al parecer, cortar los olivos de la finca y poner cebos envenenados en el coto para matar a las especies cinegéticas que hay en él son algunas de las prácticas más comunes.
Además de las trabas a las que se exponen en el desempeño de su función día tras día, se enfrentan a otro problema más de tipo de administrativo que desvirtuando la función que históricamente llevan desempeñando. La competencia que la figura de los guardas de coto, creada por la Junta de Andalucía en 1996 cuando asumió las competencias en materia de caza, en opinión del colectivo, no ha hecho más que degradar su profesión hasta el punto de que dejaron de ser agentes de la autoridad como lo habían sido hasta ese momento y pasar a ser meros auxiliares desprovistos del principio de veracidad. Es decir, desde ese momento su palabra no tiene el mismo peso como el de un agente de la autoridad a la hora de demostrar lo ocurrido como prueba judicial. Andalucía y Castilla-La Mancha son las únicas comunidades donde existe esta figura que, según Ángel Tejedor, delegado de Sevilla y miembro de la directiva de Fedguar en España, lo “único que produce es confusión e intrusismo”. Lo más grave es que denunció que los guardas de coto están ejerciendo labores de vigilancia cuando sus funciones se ciñen a una mera gestión ambiental. Pese a todo, son capaces de valorar lo afortunados que son al poder trabajar en algo que les apasiona y en un medio privilegiado.