
Diana es vigilante en el Louvre. Desde hace cinco años pasea todos los días por sus salas admirando los detalles de las obras maestras allí expuestas. Ha adquirido la costumbre de hablar y relatarles los pormenores de una vida que ha ido instalándose en la rutina, muy a su pesar. Una exposición temporal sobre la obra de Gustave Courbet llega al museo y produce en Diana una fascinación inmediata, incluso llega a cambiar ciertas cosas de sí misma de un modo inesperado.