28 de noviembre de 2015

El maestro que se fijó en una escoba y creó un imperio

David Álvarez construyó Eulen, hoy con 85.000 empleados y ventas de 1.300 millones. Siempre mantuvo la vinculación y el compromiso con León
«Hacer el bien me da felicidad y me da dinero. Así que no pienso dejar de hacer el bien». Dos guías tuvo David Álvarez Díez (Crémenes, 16 de marzo de 1927/Madrid, 26 de noviembre de 2015) en los 88 años de vida que a las cinco de la mañana de ayer llegaron a su fin, en la Clínica Ruber de Madrid, rodeado al fin de sus siete hijos. Una fue el fino instinto de la oportunidad empresarial, adobado con la filosofía del esfuerzo y la reinversión de beneficios; otra una fe de la que presumía sin ñoñería, pero sin complejos. Como hablaba del dinero, sin tapujos. Como defendía que lo más importante del entramado empresarial que fue edificando eran las familias (unas 85.000 en catorce países a estas alturas) a las que tenía que responder con los salarios. «Una cosa dejó clara mi primera mujer, la madre de mis siete hijos, sin la que el rumbo de mis negocios hubiera sido muy distinto: primero es pagar, después comer».
Con los niños del Colegio Peñacorada. JAVIER
Medalla de Oro de León. NORBERTO
Con la Reina Sofía, en la inauguración del Instituto Bíblico Oriental de León. RAMIRO
Del imperio empresarial de David Álvarez se sabe casi todo. De su trayecto vital menos, plagado de influencias y ausencias, de entregas y reveses, de satisfacciones y dolores íntimos. Aunque la última fase de su vida convulsionó con el desencuentro que fracturó familia y empresas, sin que él cejara en el pulso por marcar las directrices de un imperio que evidenció sus diferencias en los cauces de la sucesión.
Un último capítulo que truncó aquello de lo que más presumía: «Mis hijos son el principal activo de mis empresas. Son siete colaboradores fieles y eficaces, trabajadores. No viven de lo que tienen, sino de su trabajo. Es un mensaje para las generaciones jóvenes. No intentes vivir del dinero, porque es lo más difícil de tener. Hay que tener empresas, trabajar en ellas y sacar para vivir dignamente». Eso decía hace pocos años. Más recientemente se lamentaba de la «ambición» de algunos de ellos, que enredó en los tribunales los últimos cinco años de su vida.
Una vida que comenzó en las montañas de Crémenes, donde hincó unas raíces que le llevarán a reposar a partir de hoy a la sombra de sus peñas. «Mi tierra es mi infancia. Vengo aquí a cargar pilas, a madurar los mejores sentimientos que tengo, a tranquilizarme. En este ambiente me rejuvenezco. No he envejecido más por dos cosas: porque trabajo mucho y porque vengo al molino».
David Álvarez se fue pronto a vivir a Bilbao, donde su padre era funcionario, pero no rompió nunca el cordón que le unía con la montaña oriental leonesa. Entre fábricas y obreros se formó, por los riscos forjó carácter. «No he salido de mi infancia ni de mis nieves», solía decir.
Comenzó dando clases en una academia, con lo que apenas podía sacar adelante a su creciente familia. «No eran buenos tiempos para los maestros», recordaba. La señora que limpiaba la academia le abrió los ojos. «Usted trabaja mucho, pero lo que da dinero es esto». Esto era el negocio de limpieza que habían montado dos alemanes emigrantes de la Primera Guerra Mundial, Limpiezas El Espejo, que con un cubo recorrían las calles limpiando cristales.
El olfato del montañés comenzó a funcionar. «No había negocios de ese tipo en España». Invirtió 8.000 pesetas y contrató a dos personas. Creó así El Sol, en 1962, con una perspectiva empresarial: «Aquello no menoscababa la dignidad de nadie». Para sus empleadas creó una escuela de formación, y también un laboratorio que experimentaba con productos de limpieza. Trabajos dignos para un sector entonces marginal, ahogado por la economía sumergida.
Era un servicio que demandaba la sociedad, como demostró que en pocos años El Sol contara con delegaciones en muchas ciudades del país; y que fuera convenciendo a empresas y clientes de externalizar un servicio que no formaba parte de su actividad principal y podía serle prestado por otro.
Externalizar. Hoy, outsourcing. Mucho antes de que el concepto llegase siquiera a las escuelas de negocios, Álvarez detectó una oportunidad y un nicho de negocio que amplió hasta abarcar todas las actividades posibles de servicio a las empresas.
Poco después creó Inserhig, una empresa para limpieza de centros sanitarios, y Conservación, Limpieza y Mantenimiento (CLM), que contrataba a personas con alguna discapacidad. Para abastecer sus necesidades de productos de limpieza creó también la empresa Demasa, dedicada a la fabricación, importación y distribución de maquinaria y productos químicos relacionados con la limpieza.
Apuesta por la formación
La formación ha sido desde el principio una de las obsesiones de David Álvarez. En Bilbao creó en los años 60 la Escuela de Métodos y Tiempo, más tarde el Instituto Eulen de Formación.
La primera diversificación del negocio la llevó a cabo en 1974, con la creación de Prosesa. Álvarez había detectado un nuevo segmento de negocio en la seguridad privada, que entonces se exigía en bancos y cajas de ahorro, y que abría un nuevo campo de actuación que a la larga se ha convertido en una de las principales líneas de negocio del grupo. Eulen Seguridad es la empresa más antigua del sector en el país.
En aquel año la facturación de las empresas alcanzó los 950 millones de pesetas, que en cinco años superarían los 7.500 millones. A principios de los años 80 tenía ya más de 11.000 empleados.
Mientras el país se afanaba en la transición y los conflictos laborales florecían, en medio de la incertidumbre, David Álvarez decide impulsar la diversificación hacia sectores con mayor contenido técnico y valor añadido. Creó entonces la Consultora Europea de Servicios, y se inicia en las actividades de mantenimiento de instalaciones, medioambiente, control energético, restauración de fachadas y monumentos, obras,... «Hay que estar atento para abrir las puertas cuando pasan las ideas. A eso le llaman suerte...», solía decir.
Trasladó entonces la sede de la compañía a Madrid. En 1982 organizó una gran presentación del Grupo Eulen, búho, en alemán. En el Hotel Eurobuilding reunió a más de 400 representantes del mundo empresarial, industrial y financiero, además de político, a los que habló de «servir con ilusión», y explicó el concepto de ‘mantenimiento integral’ que constituyó el esqueleto de su entramado empresarial: «Todo el conjunto de servicios que permiten a una empresa dedicarse exclusivamente a su cometido principal, y no preocuparse de tareas auxiliares como mantenimiento o conservación». De hacer aquello de lo que los demás no debían de preocuparse hizo un imperio el emprendedor leonés. Sumaba ya entonces 25 compañías, 4.000 clientes y más de 14.000 empleados.
No dejó de lado sus afanes educativos, y formó el Instituto Eulen, hoy uno de los más importantes de Europa. Y continuó diversificando: en 1986 crea el Centro Can Padró, en Barcelona, para formar en la protección contra incendios, supervivencia, detección de explosivos,... Ese mismo año se constituye la sociedad Safusa, dedicada a toda una oferta de servivcios variados, con un laboratorio de experimentación en servicios sociosanitarios, control de almacenes, servicios de portería y celaduría de fincas, gestión de servicios municipales como polideportivos o piscinas, centros de atención a clientes,...
En 1987 Eulen cumple 25 años y está formado por 72 compañías, que suman una facturación de más de 25.000 millones de pesetas.
A principios de los años 90 el grupo lleva a cabo un proceso de concentración de actividades para reducir su estructura empresarial, que a día de hoy está formada por nueve líneas de negocio, que van desde la limpieza y seguridad a servicios logísticos internacionales, servicios auxiliares, mantenimiento, medio ambiente, sociosanitarios, recursos humanos y ‘facility services’.
La ampliación de actividades ha sido una constante en la trayectoria empresarial de Álvarez, que en 1994 entra en el mundo del trabajo temporal con la creación de Flexiplan; para iniciar en 1997 una expansión internacional que le lleva a estar presente hoy en más de 14 países. En 2013 se constituó Eulen Middle East, con sede en Qatar, para iniciar la prestación de servicios en esa zona.
El hombre
Un imperio que David Álvarez inició de la mano de su primera esposa, María Vicenta Mezquiriz, madre de sus siete hijos, que falleció en 1985. Se casó después con Teresa Vidaurrázaga, que murió en 1999. «Las dos me quisieron muchísimo, y de las dos supe sacar lo que me daban. Fallecieron, dolorosamente, las dos de cáncer de pulmón. La primera no fumaba, la segunda como una chimenea. Sufri más cuando perdí a la segunda, porque mis hijos ya estaban casados y me quedé solo. Pero ellas, junto con mi madre, han sido las mujeres que han hecho de mi lo que soy».
Esa soledad no pudo calmarla ni siquiera el volcarse en el trabajo. Hasta hace poco iba al despacho por la mañana, y se marchaba por la noche. Pero, al volver a casa, estaba la soledad, comentan sus allegados. Una soledad que buscó aliviar con su tercera boda, en 2009, con Teresa Esquisabel, su secretaria y 25 años más joven que él. Y uno de los factores que precipitó el alejamiento con la mayor parte de sus hijos.
Los Álvarez habían dado siempre una imagen de familia ejemplar, también en el terreno laboral. Integrados en las empresas, en 2010 el enfrentamiento estalló en una batalla judicial que aún estaba lejos de terminar. María José (su heredera ‘oficial’) y Jesús David se alinearon con su padre; el resto (Marta, Elvira, Juan Carlos, Emilio y Pablo) decidieron que era hora de que su padre se jubilara y les dejara las riendas de las empresas.
El patriarca fue apartado, pero poco después recuperó el control judicialmente. Los hijos ‘díscolos’ mantuvieron el control de El Enebro, la sociedad patrimonial de la familia.
El pasado mes de julio el Tribunal Supremo dio la razón al padre, pero no acabó el «largo y doloroso litigio» que entristeció los últimos años del empresario.
Ahora sus hijos han vuelto a reunirse para despedir a su padre, quizá para abrir una nueva etapa de entendimiento.
El negocio que quizá ha sido más popular de cuantos dirigía Álvarez ha sido el de los vinos, en el que entró por la puerta grande, con la compra de la bodega Vega Sicilia. Tiene también las bodegas Alion, Pintia, Macán y la húngara Tokai, con el vino Oremus.
Su actividad empresarial no dejó de lado tampoco su montaña, donde entre otras iniciativas creó la cárnica Valles del Esla, con las empresas de Neal, que fue reconocido como modelo de explotación rural y se constituyó como una salida al abandono minero de la zona.
David Álvarez tuvo además una destacada tarea de mecenazgo. por ejemplo promoviendo, también en León, el Instituto Bíblico Oriental; aunque colaboró en proyectos como Atapuerca, el Guggenheim, y otras iniciativas artísticas.
Uno de los más entrañables proyectos que desarrolló en los últimos años en León fue el Colegio Internacional Peñacorada, que creó en 1997 como una empesa educativa que pretende formar, también en el humanismo cristiano, a futuras generaciones de líderes leoneses. El contacto con los alumnos era uno de los muchos reclamos que con frecuencia le traían a León.
Recibió la Medalla de Oro de la Ciudad de León en 2009, distinción que agradeció a las autoridades y sobre todo a los «excelentísimos señores amigos míos»; y en agosto del año pasado el Rey le concedió el título de Marqués de Crémenes, por su «dilatada y fructífera trayectoria empresarial» y su «capacidad de adaptación a las necesidades del mercado y su preocupación por la formación profesional».
Un deseo
David Álvarez reconocía que teniá «sus graves defectos», aunque aspiraba a que se le recordara «sobre todo como un hombre bueno». No sabía ni quería parar. «¡Tengo tanto que hacer! ¡Cómo voy a ser más feliz!».
Recordaba como uno de los capítulos que le marcó la muerte de su madre, «a la que recé, pero no lloré, una fría noche de la montaña leonesa». De ella heredó una fe a la que se aferró siempre. También en sus últimos días, con un corazón cada vez más debilitado. «Aquella noche salí a buscar a la mujer que amortajaba en el pueblo, con la nieve por la rodilla y un cielo estrelladísimo. Me pareció verla entrando en el cielo...» Al día siguiente contó la historia al cura de su pueblo. «Tu madre entró anoche en el cielo con madreñas», le dijo el religioso. Y así lo contaba él.