Hoy en día podemos encontrar cámaras de vigilancia en multitud de lugares públicos: aeropuertos, estaciones, edificios de oficinas… Cámaras que captan imágenes que luego son susceptibles de ser utilizadas para identificar a alguien que, por ejemplo, haya cometido un delito o que esté siendo investigado por las autoridades a través de técnicas de reconocimiento facial.
El reconocimiento facial no nos es ajeno. Camina entre la delgada línea que separa la privacidad de factores como la seguridad o, incluso, la comodidad (si aplicamos estas técnicas a sistemas como el autoetiquetado de imágenes) o la medición de la satisfacción de los usuarios (como es el caso de lastartup Emotient recientemente adquirida por Apple).
Pero, ¿qué ocurre si alguien lleva una máscara o un pasamontañas? A priori, parece complicada la identificación de una persona que cubre su rostro y, por tanto, esconde sus rasgos faciales distintivos a las cámaras y los sistemas de procesamiento de imágenes (más allá de mostrar los ojos y la distancia entre estos). Sin embargo, nuestra cara no es lo único que nos puede identificar.
Si pensamos en qué cosas pueden identificar a una persona, seguramente nos vengan muchas cosas a la cabeza: el rostro, nuestro ADN (nuestra principal firma biológica), nuestras huellas dactilares, nuestra forma de andar y, por supuesto, nuestra voz.
LA VOZ Y NUESTRA FORMA DE HABLAR
Que la voz puede identificar a una persona es algo que todos, más o menos, tenemos claro y, de hecho, es algo que asumimos cuando contestamos al teléfono y reconocemos (sin tener que mirar el identificador de llamada entrante) quién es la persona que está al otro lado de la línea telefónica.
Según un estudio presentado por la Universidad de Montreal en el 18º congreso internacional de ciencias fonéticas celebrado en Glasgow, el ser humano es capaz de reconocer a una persona el 99,9% de las veces con oír apenas 2 palabras (en el caso del estudio: “merci beaucoup“, muchas gracias en francés).
En el caso de los humanos, hay un conjunto de neuronas que se activan en el cerebro en el momento en el que oímos sonidos vocales. Esa zona cerebral es capaz de procesar la información lingüística y también las características físicas y emocionales del hablante; por tanto, es capaz de reconocer nuestra ”cara auditiva”.