8 de abril de 2017

El crepúsculo de los escoltas

Fueron uno de los baluartes contra el terrorismo etarra. Hoy se ven sumidos en el desempleo, la mendicidad e incluso el suicidio.
El ocaso de ETA ha dejado al desnudo cientos de espaldas de políticos, jueces y empresarios hasta ahora protegidas. Los escoltas que las vestían han quedado hechos jirones sin empleo ni reubicación, atrapados en el desempleo, viviendo de la caridad de la Cruz Roja o de Cáritas, haciendo cola en comedores sociales y sumidos en una nueva desesperación que ha llevado a varios de estos profesionales al suicidio. Es el panorama que esbozan Las Sombras Olvidadas de Euskadi y Navarra, una asociación de ex escoltas que prestaron servicio en el País Vasco. Un colectivo de más de 3.500 siluetas umbrías, de rasgos desdibujados, que se funde ahora con ese manto de oscuridad que acompaña cualquier final, también el del terrorismo etarra.
Con los últimos cinco años de actividad residual tras el anuncio en 2011 del cese definitivo de la violencia por parte de la banda, los escoltas privados se han despojado de sus armas antes que los propios terroristas, que lo harán este sábado según lo anunciado. El último centenar de estos profesionales dejó de prestar servicio el pasado 30 de marzo, retirados de sus funciones por el Ministerio del Interior, el mismo departamento que les aseguró una recolocación en la seguridad de centros peninteciarios que no resultó ser la alternativa que esperaban.
José acaba de salir del Lanbide, el Servicio de Empleo Vasco, cuando atiende a Vanity Fair. Este ex escolta cordobés de 54 años lleva en el paro desde el año pasado. Desde 1989, ha dedicado 12 años de su vida a proteger a distintas personalidades del terrorismo etarra y que le convirtieron, como a otros compañeros, en un objetivo más del odio etarra. "Dos veces he encontrado en mi buzón de casa notas llamándome txakurra, 'perro' en vasco", comenta José. La expresión era un calificativo propio del entorno abertzale para referirse a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y, en definitiva, a todos los que plantaban cara a la violencia. "Tuve que mudarme de casa. Desaparecer, perder todo tipo de relaciones personales. Los escoltas éramos el primer baluarte frente a los atentados. Estábamos en el punto de mira", explica. Una realidad asfixiante que no terminó con ETA, sino que ha mutado para estrangularles ahora económicamente.
"Hay muchos compañeros que han caído en la indigencia, que viven en la calle. Gente que tenía pisos, que estaban casados y que lo han perdido todo. Ahora se ven separados, de vuelta casa de sus padres. Otros, sin ningún tipo de apoyo familiar han tenido que hacer cola en Cáritas, la Cruz Roja, comedores sociales...", relata José. En los últimos años, la desesperación ha llevado a tres compañeros a quitarse la vida. "Gente de 44, 48 años, que han terminado ahorcándose o disparándose con una escopeta", se lamenta. Aquellos que sobrevivieron al terrorismo sucumben al martirio físico y psicológico que producen el hambre, las penurias y el abandono.
Nunca imaginaron que defender los derechos y libertades democráticos les supondría un estigma que les ataría al desempleo indefinidamente. "Es imposible poner que has sido escolta en tu currículum. Te cierra todas las puertas. Y es más difícil aún para los que han nacido en el País Vasco. Para ellos el apoyo familiar no existe. En pueblos pequeños eres repudiado por miembros de tu propia familia. Nadie quiere saber nada de ti", explican las Sombras.
NUNCA UNA PERSONALIDAD CON ESCOLTA PRIVADO FUE ASESINADA POR ETA, DE LAS MÁS DE 800 VÍCTIMAS QUE ACUMULÓ LA BANDA HASTA 2010
Tampoco sus inseparables protegidos. "Desgraciadamente, la mayoría se han olvidado de nosotros", zanjan en la asociación. Y eso a pesar de que los escoltas privados (también los había agentes de la Ertzaintza y de la Guardia Civil) lograron un 100% de efectividad. Nunca una personalidad con escolta privado fue asesinada por ETA, de las más de 800 víctimas que acumuló la banda hasta 2010, según la Asociación. Un análisis de la Ertzaintza precedía la asignación del profesional. Algunos protegidos compartieron movimientos con su escolta durante 15 años. Una cesión constante de la intimidad que terminaba en hartazgo, en cansancio. Ponen como ejemplo de esta situación al concejal socialista Isaías Carrasco, asesinado por la banda en Mondragón en 2008 y que había renunciado a la protección tan sólo días antes de su muerte.