En el barrio esperan que el sellado y la vigilancia de las viviendas ahuyenten a los que tengan la tentación de volver
Ya de por sí la Calzada es un barrio tranquilo. Encajonado entre la carretera de Proserpina y la Autovía, se trata de una urbanización residencial de unifamiliares y coche en la puerta. Pero en la calle Amelia Valcarce, un puntal casi aislado a la que se llega después de un solar diáfano, la tranquilidad se multiplica.
En la última semana han estado los operarios de una empresa de seguridad trabajando a destajo sellando puertas y poniendo alarmas. Llegaron la misma mañana que los okupas dejaron las llaves en el despacho del alcalde y en pocos días han sellado todas las entradas.
De la ocupación ilegal sólo queda un sillón destartalado en una esquina y una pancarta en el suelo que reza 'no queremos vivir por la cara'. En esta acera fantasma a la que uno no llega salvo que tenga voluntad de ir, se han reproducido en los últimos días los rótulos advirtiendo que las casas se han conectado a una central de alarma.
Ahora los duplex se intentarán vender por algunas de las comercializadoras que colaboran con la Sareb, pero todavía no hay carteles de reclamo con precios gigantes ni teléfonos de inmobiliarias, sólo un repetitivo logotipo de vigilante de seguridad de la compañía.
En el barrio muy pocos hablan abiertamente de la convivencia con los okupas. Casi aislados en la calle Amelia Valcarce, explican, la relación era inexistente entre unos y otros.
Rubén García pasa por el entorno de la calle Valcarce casi diario con su perro. Cuenta que las pancartas que se ven ahora en el suelo sólo se sacaron cuando fue Álvaro Jaén y Fernández Vara a negociar tras las elecciones autonómicas y confirma esa relación tan distante.
«Cada uno a los suyo», por eso no entiende que la semana pasada uno de los portavoces de la Corrala Dignidad dijera que se habían sentido perseguidos y maltratado por los residentes. «Yo escuchaba broncas entre ellos, pero nunca con gente del barrio».
Otra vecina colindante que prefiere el anonimato confirma el mismo panorama. Botellones en veranos, barbacoas algún día que otro y miradas de reojo de los demás para evitar conflictos. «En principio se dijo que la gente de aquí le apoyábamos y eso es mentira».
Aclara además que en los últimos meses casi nadie vivía ya en las casas. La gente fue abandonando por temor a que le llegaran multas que no podían pagar y los pocos que resistieron se agarraron a la mediación del Ayuntamiento con la Sareb para evitar el juicio.
Aunque en su momento llegaron a ocupar más de veinte familias, muy pocas han permanecido hasta el final. Las padres con menores a su cargo fueron los primeros en marcharse.
Partidos políticos y colectivos sociales que en un primer momento mostraron su apoyo a la ocupación por tratarse de pisos de una entidad intervenida por el Estado, también se fueron desvinculando de la autodenominada Corrala Primero de Mayo.
En la entrega de llaves, el portavoz de las familias, Jesús Oliva reprochó a los partidos políticos y al Campamento Dignidad que se olvidaran de ellos tras las elecciones.
En la asociación de vecinos de la Calzada prefieren no pronunciarse. Creen que con la entrega de llaves y la instalación de alarmas en las casas vacías se cierra este episodio. Ahora esperan que la Calzada tenga de una vez los servicios que necesita. Están a la espera de una sede social para organizar actividades en el barrio y de que en el parque junto a la carretera se pongan columpios y merenderos.
Por si alguien lo ha olvidado, advierten, sigue siendo un sitio tranquilo y familiar.