Condenan a un guarda de seguridad de una tienda deportiva a pagar una multa de 90 euros por desnudar a una mujer a la que acusó falsamente de robar ‘leggins’
BILBAO. Constanza Raducan tiene 52 años y tres hijos. Dejó Rumanía hace siete años en busca de un horizonte laboral prácticamente imposible de alcanzar en su tierra. Con dificultades para hablar bien el castellano, empezó a trabajar atendiendo a personas con dificultades. Los últimos cuatro años, ya con contrato estable, los ha pasado en una pequeña localidad de Cantabria cuidando de José, un anciano de 78 años que ha sufrido varios infartos cerebrales y demencia senil.
La mayor parte de su tiempo lo dedica a trabajar. Mantiene una buena relación con la familia de José y, de hecho, asegura que nunca se había sentido rechazada por ser extranjera. Todo lo contrario. Siempre se ha considerado bien recibida. Pero esta percepción empezó a cambiar cuando un guarda de seguridad la agarró del brazo y la introdujo en un pequeño cuarto de un comercio en Bilbao. Sucedió en una tienda de Decathlon el año pasado, pero la polémica sigue coleando todavía hoy. «Soy pobre, pero no soy una ladrona», señala Constanza, que sigue dando vueltas a la cabeza recordando una de las peores experiencias por las que ha pasado.
Constanza y José pasaban unos días en casa de un familiar en Bilbao. Estaban dando una vuelta por la capital vizcaína y entraron en uno de los locales de la firma deportiva. La cuidadora quería comprar unos ‘leggins’. En concreto, buscaba el mismo modelo que usa habitualmente. De hecho, ese día llevaba puestas unas mallas iguales, pero gastadas por el paso del tiempo, debajo de los vaqueros.
La cuidadora cogió dos pantalones de tallas distintas para probárselos, aunque finalmente dejó uno en la percha. Se dirigió hacia el probador. Fue entonces cuando un guarda de seguridad la agarró del brazo con fuerza. «Ven conmigo», le dijo, al tiempo que la introducía en un cuarto situado junto a las cajas registradoras. José, el hombre al que cuida, se quedó solo.
El guarda la acusó de haber robado uno de los ‘leggins’. Constanza lo negó y le explicó que sólo había metido en el probador uno de los ejemplares, que el otro estaba en el colgador. La cuidadora invitó al encargado de seguridad a que fuese a la percha a comprobarlo. «Pero no quiso en ningún momento. Sólo me repetía que me bajase los pantalones», lamenta.