Las órdenes de alejamiento del metro ahuyentan a 122 carteristas
Fue el 9 de enero del 2013. La titular del juzgado de lo penal 9 de Barcelona, Rosa Aragonés, condenaba ese día a S. C. y C. A., rumanos, a tres meses de prisión y a la prohibición de acercarse al metro de Barcelona por un periodo de cinco años.
La pareja fue sorprendida por la policía después de robar la cartera con 450 euros de una mujer, en las escaleras de la estación de Sants. Por primera vez la pena de prisión se acompañaba de una orden de alejamiento del lugar al que los condenados acudían con frecuencia para robar, no para viajar.
Desde entonces, y ha llovido, las órdenes de alejamiento de carteristas de sus zonas de actuación se han convertido en una herramienta de disuasión imprescindible y efectiva en la batalla policial y judicial contra los multirreincidentes. Desde la última reforma del Código Penal, en julio pasado, y a iniciativa de los Mossos d’Esquadra, se han dictado en Barcelona 122 órdenes de alejamiento de carteristas. De todas estas, 36 siguen hoy en vigor, otras 36 han finalizado y otro medio centenar están pendientes de notificar. Además, hay otros 400 informes sin resolver en los que se solicita la misma medida.
En total, la peticiones afectan a 259 personas. Son los responsables de multitud de hurtos, que representan un 80% de los delitos que anualmente se producen en la ciudad de Barcelona. Carteristas que viven exclusivamente del hurto y que, hasta la última reforma legal que facilita dictar órdenes de alejamiento, tenían en el transporte público su escenario predilecto de acción.
Tiene 49 años, nació en Lima, lleva 20 viviendo en Barcelona y pide, para hablar con este diario, que no se le pueda identificar. “Mis hijos son pequeños y no saben a qué me dedico”. ¿A qué? “Robo carteras en el metro”. El hombre es uno de los 259 carteristas reincidentes, al que los mossos del Área de Seguridad del Transporte Metropolitano (Asmet) conocen por su nombre e identifican cada vez que lo descubren en un vagón de la línea azul, su preferida para robar. El miércoles, el carterista intentaba pasar desapercibido junto a otro compinche en el vagón de cabecera de la L5, en dirección Vall d’Hebron. Eran las dos y media de la tarde, una buena hora para robar. Dos mossos de paisano los descubrieron y les hicieron descender en Verdaguer.
“¿Lleva hoy algo, señor...?”, le preguntó por su nombre el policía. “Nada. Acabo de llegar. Es mi primera vuelta. No tuve tiempo” Mientras responde, y sin que haga falta que se lo pida, el hombre se vacía los bolsillos. Entrega su carnet de identidad. Muestra su ticket de metro validado. Y saca una gorra negra y una montura de gafas sin graduar con las que pretendía pasar más desapercibido y dificultar su identificación.
¿Lleva mucho tiempo robando carteras? “Bastante. Estoy enfermo, nadie me quiere para trabajar con esta salud tan mala, mis hijos me piden, y yo tengo que llevar dinero a casa”. ¿A quién le roba? “Sólo hombres y turistas. Se lo prometo. No me acerco a las mujeres, ni a la gente que vive aquí. Puro extranjero y carteras. Nunca abro bolsos. Eso ya lo hacen las chicas”.
Ellas son las búlgaras, las rumanas, las jóvenes que durante años podían llegar a estar toda una jornada laboral de ocho horas robando carteras con una habilidad que parecía arte de magia. Siempre había un truco que sólo las cámaras de seguridad delataba.
El historial delictivo del hombre que accede a hablar con este diario pone los pelos de punta porque deja en evidencia cuánta impunidad judicial, que no policial, ha existido durante años con esta modalidad delincuencial. En los últimos años se le ha identificado 300 veces, siempre en el metro. Tiene 23 antecedentes, condenas firmes por las antiguas faltas de hurto en su mayoría. Y desde el pasado julio, al acreditar un domicilio fijo y haber sido descubierto in fraganti robando cantidades inferiores a los 400 euros, se le ha denunciado en 81 ocasiones.
Sólo una vez ha estado en la cárcel. Pero sabe que las cosas se están complicando. Se lo dijo su abogada, que contrató cuando un juez le dictó su primera orden de alejamiento del metro, por dos meses. ¿La cumplió? “Sí, claro, me lo dijo mi abogada. Sería peor si me identificaban y a mí ya me conocen mucho. Cada vez es más difícil pasar desapercibido. Esperé a que se cumplieran los dos meses”. Y entonces regresó al suburbano.