El trabajador dice que toda persona que entra en el edificio de Hacienda merece un respeto
Nadie diría que Ernesto Rodríguez Expósito (Os Carreiros, Antas de Ulla, 1956) duerme cinco horas diarias o tiene días malos. A pesar de no desayunar en casa llega al trabajo con las pilas cargadas, una gran sonrisa y una tremenda energía para cumplir con su deber. Su buen humor con todo el mundo no hace justicia con el hecho de dormir poco, con su estado de ánimo ni con ir en ayunas. Es precisamente su carácter afable el que le hizo ser conocido por todos los lucenses y saltar a la fama en las redes sociales hace unos días. «Me enteré por un repartidor de Seur. Me dijo que mi nombre andaba circulando por Internet. Me enseñó a través del móvil el memé y los comentarios hacia mi persona. Me quedé flipado», cuenta.
Ernesto es el vigilante de seguridad en el edificio de la delegación de Hacienda en Lugo desde hace 16 años. Muestra un gran respecto hacia la delegada, a quien trata de Doña Elena, y sabe de memoria los nombres y apellidos de los 96 funcionarios que aquí trabajan. «Buenos días Mari Carmen, hasta mañana Gloria...», es su tónica predominante.
De estatura media, delgado, con bigote y actualmente sin portar arma «antes la tenía pero ahora nos la retiraron por ley», Ernesto Rodríguez aplica esta filosofía de vida porque es consciente de que los ciudadanos acuden a Hacienda por problemas vinculados con la economía y es por eso que intenta recibirlos y despedirlos con un buen gesto y una sonrisa. «Intento hacer mi trabajo lo mejor posible cumpliendo con todas mis obligaciones. Todos los trabajadores y ciudadanos que acceden al edificio de Hacienda merecen un respeto», subraya.
Este vigilante de seguridad tiene 60 años, vive a cinco minutos del trabajo y desempeña sus labores en horario de siete y media a tres y media. Algunos días también va por las tardes, como en campañas de la declaración de la renta. A pesar de entrar a las siete y media se levanta todos los días a las tres de la madrugada. «Estoy obsesionado. Me levanto, me aseo, voy caminando despacio, miro escaparates, llego al trabajo, doy una vuelta por todo el edificio...». Y es que Ernesto adora las instalaciones y se preocupa porque todo esté en regla. «Heredé la costumbre de mi padre y soy un obsesionado de la puntualidad. Habré llegado tarde al trabajo en tres ocasiones. También en el ámbito social soy muy puntual. Quedo a las cinco y a las cuatro ya estoy», dice.
Ernesto reconoce tener días malos como todo ciudadano pero evita transmitirlos a la gente. «A veces viene uno y pita al entrar. Le mando sacar los accesorios. Sigue pitando. Medio se cabrea. Suelto una broma y listo», dice.
Prueba de la buena sintonía con los ciudadanos y los trabajadores se refleja en detalles como que todos los días le aparecen cafés procedentes de todas partes. También conserva los detalles que los ciudadanos le regalan para premiar su buena labor, como una navaja de Taramundi grabada con su nombre.
Ernesto es el pequeño de tres hermanos. Tras estar varios años en San Sebastián, donde cursó Maestría Industrial y trabajó en varias fábricas, regresó a su tierra natal con sus padres. «Era el único que estaba soltero y me tocó venir con mis progenitores». Poco le duró la soltería porque al poco tiempo encontró en Antas de Ulla a su amor, con el que tuvo a su hija Nerea.