27 de octubre de 2016

A BABOR FRANCISCO POMARES “La cuadra de las mentiras”.

El presidente de la Audiencia Nacional, el tinerfeño José Ramón Navarro, ha desmentido categóricamente haber mantenido cualquier encuentro con Miguel Ángel Ramírez, polifacético empresario y grabador de conversaciones propias y ajenas. Navarro, un tipo solvente y circunspecto, como corresponde al presidente de un alto tribunal, ha negado la reunión secreta que ayer revelaba la competencia, o haber mediado por los intereses de Ramírez o haber hablado con los instructores del caso… No sé ustedes, pero yo me creo a pies juntillas lo que dice el juez Navarro. No solo porque no se tienen noticias de que haya mentido nunca en los papeles, ni de que haya mediado nunca por nadie, sino porque la única fuente de esa supuesta reunión secreta con Ramírez es Ramírez. Y lo hace en un contexto muy concreto.
El contexto es vital para hacerse una composición de lugar, como bien sabemos los periodistas: la declaración de Ramírez se produce en medio de una conversación con el juez Alba, un señor que tiene agarrado por los bajos a Ramírez en una demanda sindical con fianza salvaje de 35 millones de euros. Una causa en la que Ramírez puede perder su empresa y patrimonio. Ramírez acude al encuentro con el juez que ha de decidir si lo empura o no, sabiendo que el juez no va a por él, sino a por Victoria Rosell, a la sazón flamante diputada podemita y archienemiga de Soria. Ramírez es un tipo correoso, decidido a devolvérsela al juez y agarrarle por los mismos apéndices colgantes por los que el juez lo tiene pillado a él. Entre tahúres anda el juego, y Ramírez en asuntos de esa clase es el mismísimo tahúr del Missisipi. Cuando graba al juez, lo que le interesa es lo que el juez le dice, no lo que él le dice al juez. Lo más probable es que le metiera un gol detrás de otro, que mintiera descaradamente, porque lo que a Ramírez le interesa -y le conviene- es que el juez lo vea como amigo de sus superiores, simpático, colaborador, dicharachero y próximo a su objetivo de inculpar a la Rosell. Cuando Ramírez filtra la conversación con Alba, convenientemente editada, lo hace no para defender su honra o su imagen -que probablemente se la traen al fresco a Mr. Ralons- sino para demostrar que la causa contra él está viciada, que el juez Alba actúa como un propio de Soria contra su colega Rosell, y que la fianza y el juicio contra él son un despropósito.
Descubierto el asunto, cuando la jueza Varona accede al total de la bochornosa conversación y decide incorporarla completa al caso, justo entonces, cuando la grabación se convierte en prueba contra Alba, es cuando Alba se ve condenado. Y es por eso que se filtra a algún medio lo que dicen las grabaciones y se pone en marcha el ventilador contra Navarro, nada menos. Porque no es lo mismo haber dormido con el enemigo que ser uno más de todos los que lo han hecho… pobre incauto y primavera Alba: se tragó hasta el fondo los embustes de Ramírez.
Pero el asunto es que las trolas y fantasías del empresario son irrelevantes. A los efectos del caso, importan una higa las mentiras de Ramírez. Es un pescador filibustero que ha puesto la caña y el cebo para que Alba pique y salir él de rositas.
Lo que es de verdad determinante -y muy grave- es lo que le dijo y propuso a Ramírez el juez. Pobre tipo… cómo mordió el anzuelo.